No importa cuando leas esto, viajar está de moda. Según la organización mundial de turismo, el año pasado (2017) viajaron 1322 millones de personas en el planeta.
Pero. ¿Por qué viajamos?
Conocer nuevos lugares, vivir nuevas experiencias, ampliar nuestro bagaje cultural… las respuestas pueden ser muchas y todas ellas son ciertas.
Personalmente, a lo largo de la vida mis razones han ido cambiando, pero el común denominador es la emoción durante el viaje. Un periodo de desconexión con la vida rutinaria que genera adicción y la necesidad de dosis cada vez mayores.
No importa donde vaya, no importa cuánto tarde, he aprendido a buscar lo mejor de cada viaje. He aprendido a disfrutar los caminos tanto como los destinos, las personas igual que los lugares. He descubierto que es posible construir amistades fugaces, esos compañeros de viaje con los que compartes tanto y que por unas horas o días se convierten en tus íntimos camaradas, aunque con toda seguridad nunca vuelvas a verlos.
Viajando he descubierto que es posible nunca perder la capacidad de asombro, ahora sé con certeza que siempre habrá algo nuevo que me quitará el aliento, alguien que será capaz de sorprenderme, un hermoso lugar que me hará sentarme a simplemente observar.
He descubierto, que la importancia de un viaje no radica tanto en el destino sino en la experiencia que vives y tu capacidad para disfrutar cada momento de ella, creando atmósferas que vivirán en tu memoria para siempre.
He aprendido a cambiar mis expectativas.
Si llueve me mojo con gusto. Si hay mucha gente para la foto emblemática, le tomo una emblemática foto a la gente. Si el transporte es muy caro, camino grandes distancias buscando en la calle algo que valga la pena recordar, casi siempre con éxito.
¿Por qué viajo?
La respuesta ahora es: «viajo porque viajé y ya no puedo evitar volver a hacerlo».
Viajo porque aunque no salga de casa, estoy convencido de que la vida es un viaje y de mi depende qué tanto disfrute el recorrido.
Chris
sonbienvagos 