Mandalay, el sol ardiente de la antigua capital birmana.

El viaje en tren de camino a Bagan nos había dejado claro que en este país es necesario explorar las precarias carreteras y confiar en las rudimentaria manera de conducir de los choferes para no pasar una eternidad en los trayectos, aunque tampoco se puede decir que los tiempos son cortos, pero algo es algo.

Caminando en Old Bagan vimos un servicio de información turística donde compramos los boletos para el viaje Bagan a Mandalay en una minivan en 9000 kyats (como 125 pesos mexicanos) y pasarían por nosotros al hotel y nos dejarían también en nuestro hostal en Mandalay.

Un Tuk Tuk llegó por nosotros a la hora prometida y a bordo de el tres chicas españolas con las que compartiríamos la aventura de la minivan. En unos minutos nos subimos a un pequeño autobús y emprendimos el viaje.

Normalmente mi suerte es mala cuando se trata de pequeñas cosas, es decir, si reparten audífonos en el avión los míos no sirven, si hay un asiento del autobús que no sirve, me toca a mí, cosas sin importancia comparadas con la buena suerte en general que tengo en la vida, en fin, está ocasión no sería la excepción y el respaldo de mi asiento no servía bien, así que cuando el asistente de chófer se dió cuenta nos pidió a Sandy y a mi cambiarnos de lugar y comenzó a desmadrarlo más arreglarlo en el camino y con el pequeño autobús en movimiento, aproximadamente una hora y media después los dos asientos estaban desmontados y tirados en el piso como señal de derrota de la raza humana vs los asientos de autobuses.

Siguiente toma, felizmente el espacio antes ocupado por los asientos ahora serviría para acomodar las piezas de equipaje que estaban estorbando en los pasillos. De camino el autobús funcionaba como público y se fue llenando poco a poco de gente local que comenzó a acomodarse donde podía, como era una «minivan» no cabían parados, así que parecíamos una comuna hippie en su combi sesentera.

El camino transcurrió a buen ritmo y cuando nos dimos cuenta ya estábamos llegando a Mandalay.

MANDALAY

La primera impresión de Mandalay fue bastante simplona, nuestro colectivo minibús nos llevó a entregar un paquete y luego nos dejó cerca de las seis de la tarde en nuestro hostal. La primera tarde/noche no pudimos hacer demasiado, solo investigar los lugares imprescindibles de esta ciudad para visitarlos en nuestros siguientes dos días.

Mandalay cuenta con un gran palacio al lado del cual se encontraba nuestro hotel, jamás pensamos que su perímetro fuera de doce kilómetros, así que nuestro primer intento por llegar caminando bajo el fulimante sol se difuminó casi dos horas después cuando se nos atravesaron tres paradas bastante impresionantes y como estábamos en Myanmar no podían ser otra cosa que pagodas y templos.

Templo Kyauk Taw Gyi

Esta templo es famoso por albergar la figura de Buda en mármol en una sola pieza más grande de Myanmar, siendo sinceros, después de Bagan yo creía que no iba a ver algo que me impresionara demasiado en esta ciudad, pero igual entré con gusto al complejo pagodero.

Pagoda Kuthodaw

La simetría que guarda esta serie de pagodas blancas no es tan importante como el hecho de saber que dentro de ellas se encuentra el conocimiento del budismo plasmado en letras, este lugar cuenta con el libro más grande del mundo y cada pagoda cuenta con una página donde se plasman las enseñanzas de Buda.

A quedarse con los pies desnudos para sentir como te quemas pasear por el circuito de la pagoda principal y observar hacia todos lados las hojas de este gran libro.

Pagoda Sandamuni

A unos pasos de la Pagoda/libro se encuentra esta gemela que es prácticamente un espejo cruzando la calle de la anterior y juntas flanquean el acervo más importante del budismo en Myanmar y posiblemente en el mundo aunque está pagoda quema aún más los pies que la anterior seguimos sorprendiéndonos con la oferta cultural de este país maravilloso.

Ya estoy hasta la madre de quitarme los zapatos.

En este punto del día ya habíamos caminado dos horas bajo el puto sol a unos 38 grados, visitado las dos pagodas y sus atrios sintiendo cada centímetro de sus calientes pisos. Cuando después de caminar unos pasos el suelo te quema y no puedes detenerte a disfrutar lo que observas tiendes a irritante un poco, cuando llevas días en Myanmar y has visitado muchos templos y pagodas y siempre te tienes que quitar los putos zapatos y los putos calcetines llega el punto donde ya no te da la gana hacerlo ni una vez más, mi momento llegó afuera del que fuera el monasterio Shwenandaw cuando me negaba a descalzarme hasta que después de un respiro cambie de parecer para admirar el hermoso trabajo de madera que este lugar tiene, además cuenta con un Buda al cual sólo los hombres van pegando pequeñas hojas doradas (según ellos de oro) y es muy venerado y visitado, por supuesto no tome ventaja de mi género y me quedé viéndolo de lejos, estoy seguro que ese comportamiento no sería aprobado por mi compa Buda.

A unos pasos del monasterio se encuentra el Maha Atulawaiyan kyawngdawgyi que como claramente su nombre lo indica… No tenemos idea qué es, pero por fuera estaba muy bonito… No, en realidad es un templo y obviamente había que entrar a pie descalzo y el interior no valía tanto la pena.

Después de salir tomamos camino para ver el atardecer desde lo alto del Mandalay Hill, cuando llegamos a la subida principal una sonrisa irónica se dibujó en mi cara y un tic en mi ojo comenzó cuando entendí que teníamos que quedarnos descalzos para subir la montaña desde su misma base. Un camino de escaleras a lo largo de una hora descalzo fue la cúspide de la ironía para mí esa tarde, casi podia ver la sonrisa dibujada en la cara de las estatuas de Budas conforme íbamos avanzando, como una mueca socarrona que me castigaba por haberme quejado unas horas antes.

La colina Mandalay le dió su nombre a la ciudad y está llena de un significado espiritual, llena de pagodas y en la cima, la última de nombre Sutaungpyei, que significa «la que cumple deseos».

Según la leyenda, en este lugar Buda Byadeippay profetizó que al pie de esta colina se erigiría una ciudad clave para el culto budista, por supuesto esta ciudad se convirtió en Mandalay.

Al final arriba pudimos ver un grandioso atardecer que cubría toda la ciudad de tonos anaranjados, y un sol que al igual que en Bagan antes de llegar al horizonte se volvía pequeño y perfectamente redondo como si se quitara la ropa de quemar y se preparará a dormir. Parecía que Mandalay me perdonaba mi insolencia, por haber manifestado en voz alta que ya me había hartado de tocarla con mis pies, solo me quedaba la penitencia de la bajada.

Al siguiente día decidimos no cometer el error de ir a pie a la entrada del palacio y buscamos un vehículo más veloz que nos llevará a ver lo que nos quedaba pendiente de la ciudad.

Encontramos un buen hombre musulmán que se ofreció a llevarnos por un muy buen precio en una moto con dos asientos extras y que probablemente era el vehículo más lento del mundo, como descubrimos más tarde, me referiré en adelante a su vehículo como «el caracol».

Palacio de Mandalay

Llegar al palacio no fue reto para nuestro vehículo, ya que solo fueron cinco kilómetros de camino y nos dejó en la entrada donde nos esperó para llevarnos más lejos en un viaje mágico y misterioso a las afueras de Mandalay.

El palacio fue construido a mediados del siglo XIX, cuando esta ciudad era capital del imperio birmano y aún muestra vestigios de su grandeza, no es demasiado grande o glamuroso, pero sin duda es una visita obligada si estás en la ciudad.

Al salir del palacio nos encontramos con las chicas españolas que conocimos en el camino de Bagan a Mandalay e intercambiamos nuestras impresiones de la ciudad. Ellas nos contaron que su taxista estaba empeñado en no dejarlas ir por su cuenta a ningún lugar y nosotros les contamos que nuestro mototaxista estaba igualmente entusiasmado por ir con nosotros hasta los mismísimos fuegos de Mordor montado en «el caracol».

Inwa

A 21 kilómetros de Mandalay se encuentra la ciudad de Inwa que fue abandonada en 1839 cuando un gran terremoto redujo a escombros la mayor parte de sus edificios, ahora es un destino turístico y nuestra siguiente parada en «el caracol». Los primeros minutos íbamos disfrutando del camino, risueños tomando video de como nos rebasaban todo tipo de vehículos en las calles de la ciudad. Cuando salimos a carretera ya comenzaba a ser menos divertido ver los grandes autobuses pasar muy cerca de nosotros e incluso los tractores rebasaban a «el caracol», ya cuando comenzabamos a marearnos por el humo del escape, el conductor se detuvo a cargar gasolina y lo esperamos del otro lado de la carretera.

Aquí, medio en trance por el CO2 respirado llegó la segunda gran sonrisa de Myanmar, un grupo de novicias iba pasando con sus contenedores de arroz y cuando nos vieron, nos regalaron una hermosa sonrisa que vivirá en mi memoria hasta que muera, el rosa de sus tunicas y sus sombreros para protegerse del sol harían pensar que son producto de un gancho turístico, pero ahí estábamos, en medio de la carretera, frente a una gasolinera cuando ellas se quedaron atrás de su grupo solamente para mirarnos y reír con nosotros, Sandy les pidió permiso para tomar una foto y ellas llenas de emoción posaron y continuaron su camino muy contentas después de verse en la pantalla del celular.

Gracias Myanmar, sabes cómo hacer que nuestro ánimo vuelva al cuerpo justo cuando estamos por perder la esperanza. Dos horas después de salir del palacio llegamos a un embarcadero donde nuestro chófer nos dijo que teníamos que tomar una pequeña barca para que nos cruzará al otro lado del río y ahí llegaríamos a Inwa.

Desafortunadamente la visita a esta ciudad fantasma no se acomodaba con nuestra agenda, ya que con la velocidad de «el caracol» no llegaríamos a ver muchos otros lugares. Estuvimos solo una hora en Inwa, suficiente para sentir el paso del tiempo en este lugar.

Siguiente parada:

Amarapura

El puente de Teca más largo del mundo.

El tiempo que estuvimos en Inwa sirvió para que «el caracol» tomara un respiro merecido y nos llevó fielmente a Amarapura, en algunos puntos donde ya de plano no alcanzaba a subir minipendientes Sandy y yo nos bajabamos para darle espacio al pequeño vehículo, esto pasó a lo largo del camino cuando la inclinación del suelo superaba cualquier ángulo mayor a 6°, en este punto yo estaba bastante divertido, parecía que nuestras decisiones de transporte en Myanmar simplemente no querían quedarse al margen de este blog.

Despues del atardecer nos volvimos hacia Mandalay y «el caracol» alcanzó velocidades espectaculares cuando dos ciclistas nos rebasaron con facilidad, el teléfono de nuestro conductor no dejaba de sonar e intercambiaban cortas conversaciones con su esposa. Me da la impresión de que fue su primer y último intento de llevar a «el caracol» tan lejos y se lo estaban reclamando. Como nos faltaba un templo y era bastante tarde, nuestro chófer nos dejó en el templo de Buda Mahamuni y nos dijo que ya no nos podía esperar, estábamos como a 3 km de nuestro hostal, pero no hicimos nigun esfuerzo en detenerle, en el fondo de nuestros corazones sabíamos que lo nuestro no podía continuar y cada quien se fue por su lado.

El Buda Mahamuni es el más venerado de Myanmar y uno de los más visitados del mundo, la razón es que supuestamente esta imagen fue hecha cuando Siddhartha estaba con vida y el retrato es fiel a su imagen. Esta imagen se encuentra detrás de una especie de bóveda a la cual solo los hombres se pueden acercar a poner hojas doradas, al ser tan frecuentado, las hojas han hecho que su figura se deforme y parezca que padece alguna enfermedad de la piel, (no les dejo foto porque su contenedor no da oportunidad de verlo y sacarle foto a las pantallas del lugar se me hizo muy chafa, pero googléenlo) la cantidad de dinero que hay en las urnas de donaciones es algo bastante impresionante, y ver cuándo llegan los militares a vaciarlas me hace preguntar dónde queda todo ese dinero.

Finalizando nuestro viaje en Mandalay salimos de noche en taxi al autobús para trasladarnos al lago Inle y encontrarnos nuevamente a las españolas para hablar un poco de esta ciudad que nos dejó dolor en los pies y un leve enfisema. La estación de autobuses era un pequeño cuarto donde esperamos nuestra salida un buen rato entusiasmado por saber que tanto podía impresionar la el lago Inle y sus alrededores y también por saber si este autobús nos tendría alguna sorpresa digna de mencionar.

Chris.

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