Llegamos a Hiroshima casi al atardecer. Para llegar a nuestro hostal desde la estación central tuvimos que tomar un tren y un tranvía, nos tomó aproximadamente 30 minutos. En el pequeño trayecto vimos bastantes turistas occidentales, algo que me pareció raro. En realidad en todo nuestro viaje, hemos visto muy pocos viajeros no asiáticos. Sobre todo, después de estar en Kioto y Nara dos lugares que me dejaron muy maravillado, me preguntaba ¿qué podría tener este lugar que llamaba tanto la atención del turismo occidental? La respuesta es un terrible pasado. Hiroshima (cuya sílaba tónica en japonés está en la ‘o’ ) fue escena de una de las dos bombas nucleares que lanzó Estados Unidos sobre Japón y que dieron fin a la segunda guerra mundial. Es probablemente junto con Nagasaki y Tokio una de las ciudades más mencionadas de Japón en el mundo. Tienen un parque dedicado a la paz y a la memoria de los caídos que abarca lo que fueron varios barrios destruidos durante la explosión de la «bomba A» arrojada en agosto de 1945 cerca de la principal zona de negocios de la ciudad. Mucho había leído acerca de que estando ahí podías sentir «algo extraño» en el aire; como si existiera algún tipo de energía negativa residual por la cantidad de personas que murieron en el lapso de segundos y siguieron muriendo a lo largo de los años a causa de little boy, pero lo único que sentí fue asombro de lo estúpidos que podemos ser los humanos como especie. La gente que participó en la segunda guerra (y normalmente en cualquier guerra) no lo hizo más que por seguir líderes con ideales que no los representaban. Las disputas entre naciones suelen ser por temas completamente ajenos a sus pueblos. Sin embargo, ocasionan millones de muertes civiles. Lo irónico es que no somos suficientemente inteligentes para despreciar a los gobernantes que juegan ajedrez con nosotros. Pero como éste no es un blog de política vamos con la crónica. Cómo dije antes el nombre Hiroshima se conoce mundialmente por la segunda guerra mundial, tienen en el parque de la paz varios memoriales dedicados a los muertos, una flama eterna que simboliza la esperanza de que todas las armas nucleares del mundo desaparezcan y que no se apagará hasta que así sea. Todo en el llamado Parque de la paz esta ahí como un recuerdo de la bomba. Aún en pie está la estructura de lo que, en antaño era un edificio dedicado a la promoción del comercio e industria, diseñado por un arquitecto checo, fue construido para ser símbolo de la modernidad de Hiroshima e imagen de la ciudad. Después de la bomba y sin tener un concenso unánime, se decidió que permaneciera tal cómo quedó por la explosión, como un recuerdo de aquel día. Así, ahora cumple su objetivo por un motivo completamente distinto, siendo el edificio más icónico de la ciudad japonesa.
En el parque de encuentran varios monumentos conmemorativos, uno de ellos está dedicado a los niños que han muerto en guerras, y se tiene la costumbre de dejar grullas de colores, esta costumbre la inició una niña que, años después de la explosión enfermó de leucemia y pensaba que haciendo estas aves de papel podría salvarse. Cuando murió, escuelas de todo Japón hicieron donaciones para alzar el monumento y sus niños lo han llenado de grullas desde entonces.
Se encuentra también el memorial donde residen los nombres de aquellos que perdieron la vida, protegidos por un cubo de piedra y un arco. Una escultura con forma de manos cuyas palmas miran al cielo en forma de esperanza, al final de un pequeño camino de agua, es el de se encuentra la flama que arderá hasta que todas las armas nucleares hayan desaparecido de la Tierra.
Las armas nucleares y la humanidad no están destinadas a coexistir.
También en el parque se encuentra el museo que documenta detalladamente lo sucedido aquel día de Agosto poco después de las ocho de la mañana. Las crónicas ahí recabadas son demoledoras, dantescas y muy perturbadoras. Al salir del museo vimos como excursiones escolares con niños muy pequeños llegaban al museo. Al alejarnos del parque pensaba que este orgulloso pueblo resurgido de sus cenizas estaba empeñado en recordar.
Tener memoria enseñando a esos pequeños para no cometer los mismos errores de su pasado. Ojalá puedan lograrlo.
Saliendo del momento triste de la visita. En
Miyajima
Pasamos por nuestras maletas al hostal y nos encaminamos a Miyajima.
Este lugar me tenía intrigado; es uno de los lugares donde Sandy ya había estado y su entusiasmo por volver era más que evidente, eso me daba muchas ganas de conocerlo.
Miyajima es una isla sagrada muy cerca de Hiroshima a la que puedes llegar después de tomar un tren de veinte minutos y un ferry de 10. Es el hogar de dos maravillas de madera igualmente impresionantes. Una es el Torii (sí, en Japón hay muchos Torii) de madera más grande.
La otra es la igualmente impresionante y poseedora de un récord Guinness ¡pala para arroz más grande del mundo!
Ok, ok… Probablemente la pala no sea tan impresionante.
El Torii se encuentra construido en medio del mar, todos los días cuando la marea baja puedes acercarte caminando y admirar sus gigantes dimensiones, por la noche, se encienden reflectores y queda una iluminación panorámica, además, la marea sube dando un espectáculo visual imperdible, está frente a un santuario sintoista, así que hacía donde voltées el mar te entrega una vista llena de reflejos sublimes.
Llegamos rápidamente a nuestro hotel. El tamaño de la isla es muy caminable, es realmente pequeña y puedes hacer todo a pie. Dejamos nuestras cosas y cuando nos dimos cuenta la noche estaba cayendo sobre nosotros.
El recepcionista, muy amablemente, nos dió las indicaciones del lugar. Nos entregó un mapa que tenía marcados lugares donde podíamos cenar, pensamos, que como cualquier otro lugar, estos lugares tenían convenio con el hotel y por eso los publicitaban. Nos salimos a dar la vuelta dispuestos a encontrar donde cenar por nuestra cuenta.
Nos topamos de frente con la playa por la que hace un par de horas habíamos pasado y tomado fotos con el gran Torii, solo que ahora la marea subía rápidamente, así que nos quedamos ahí casi una hora a contemplar el espectáculo, he de resaltar que durante toda la hora solo vimos un par de personas que se acercaron a tomar foto y se fueron.
Tuvimos todo aquel momento para nosotros dos.
Muy emocionados por lo que acabábamos de ver y hambrientos nos dirigimos a buscar cena. Después de caminar unos minutos comenzamos a comprender que el mapa que nos habían dado en el hotel no eran los restaurantes con convenio, sino, los únicos restaurantes abiertos. Caminamos por un pueblo fantasma lleno de magia y con una luna llena que alumbraba el camino y a veces lo hacía tétrico.
Y así, caminando en el muelle en una isla recóndita de Japón que estaba prácticamente vacía una voz detrás de nosotros nos alcanzó.
¿Están hablando español?
Una chica mexicana estaba en ese mismo lugar disfrutando las últimas horas de su Japan Rail Pass.
El mundo es un pequeño lugar y somos muchos mexicanos trotándolo. Le indicamos como llegar al Torii gigante y seguimos nuestros caminos.
En nuestro camino, de vez en cuando se nos atravesaba un venado curioso y esperanzado de que le diéramos algo de comer, pero les explicábamos que nosotros también estábamos hambrientos. Fue ahi, en las oscuras calles, en nuestra búsqueda que tomamos nuestra foto de la pala para arroz gigante y después de un rato finalmente vimos un lugar donde pudimos comer, por supuesto estaba marcado en el mapa que nos dieron en el hotel.
Barriga semi-llena corazón rebosante de alegría.
De regreso en el hotel aprovechamos para usar una de sus amenidades. Onsen o baño público japonés.
Nos leímos unas tres veces las indicaciones para entender bien como comportarnos. La cosa iba así:
- Baños separados por sexo.
- Llegas y te encueras en un vestidor donde pones tu ropa en una canastita.
- Pasas a una zona donde hay banquitos, llaves de agua, regaderas retractiles, cubetita y jabón y te tienes que bañar a consciencia.
- Una vez limpio, puedes entrar a un jacuzzi con agua muy caliente, también hay outdoor (todo en pelotas).
- Disfrutas en tu caldo pensando en la increíble cadena de sucesos que han pasado en tu vida para que estés viendo esas burbujas.
- Sales, te secas con una toalla de mano y te vistes.
- Te vas en calidad de bulto y con una sonrisa de tranquilidad como de estatua de Buda.
Terminó nuestro día.
A la mañana siguiente visitamos la isla ya con más turismo. Fuimos al santuario, vimos la pagoda de cinco pisos, caminamos nuevamente por el pueblo, pero fue el templo Daisho-in lo que capturó mi completo asombro.
Daisho-in
Este conjunto de edificios en medio de la naturaleza es uno de los principales templos budistas de la secta Shingon (favor de abstenerse del chiste fácil).
Algunas de las imágenes Jizo caracterizadas como monjes budistas tienen bufandas y gorros. Padres de niños que murieron cuidan estás estatuas simbolizando a sus pequeños.
Este sitio, en el que pareciera que vivían seres fantásticos que un día se convirtieron en piedra en medio de sus rutinas eun lugar de oración, por lo que en los altavoces se puede escuchar a los monjes recitando mantras. Algo que da al lugar un tono aún más sagrado.
A lo lejos, se puede ver el gran Torii y el mar, escucho a los monjes y las estatuas permanecen a la vez tranquilas e imponentes. Me pregunto qué me contarían de aquel seis de agosto de 1945, cuando la maldad venció a la santidad reinante en Hiroshima y me pregunto también cómo es que una nación con dos religiones que abrazan la paz y la veneración por la naturaleza pudo participar en aquella maldita guerra. Me pregunto si aquellos niños aprenderán la lección o tendremos que repetir la historia.
Quiero pensar que la naturaleza humana es la de crear lugares hermosos como éste y no la aniquilación que tan cerca de aquí se vivió a manos de nosotros mismos.
Chris.