Dejamos atrás Tokio sin despedirnos, porque ahí tomaremos el vuelo de regreso en Abril. Partimos a Kamakura, un viaje en tren a una hora de distancia para una persona que entiende correctamente como funciona la red de transporte, para nosotros, fueron casi dos, aún así valió la pena.
Llegamos a Kamakura cerca del atardecer y teníamos dos objetivos: encontrar comida y hospedaje. Intentamos encontrar hospedaje primero; caminando por la calle en búsqueda de algún hotel no muy caro, pero no hubo suerte, así que buscamos si había Guest House por la zona gracias al internet de un café que estaba de camino. Si bien no consumimos, estábamos lo suficientemente cerca para alcanzar señal.
Las opciones de alojamiento eran realmente pocas para ser una ciudad que alberga al buda gigante y además fue en algún momento capital de Japón. Ya de camino al primer sitio marcado como Guest House nos metimos a comer a un lugar que pensamos era un restaurante, pero resultó convenientemente ser un bar que vendía botanas, pedimos una cerveza y varios platillos botaneros y nos alistamos a continuar al primer sitio marcado en el mapa como Guest House, pero nadie nos abrió la puerta.
Sin perder el ánimo continuamos la búsqueda, pero, entre la falta de internet y la incomprensión de los letreros en las calles estábamos un poco perdidos cuando una persona en la calle se ofreció a ayudar y nos marcó la dirección correcta a una calle de distancia.
Nuevamente el idioma nos alcanzó cuando estábamos buscando el lugar y encontramos una casa que sólamente tenía escritura japonesa. Sandy se acercó a ver si tenía algún símbolo conocido para nosotros y fue entonces cuando del interior emergió la figura de un flaco Samurai que se había retirado la armadura preguntando si nos podía ayudar. Si Cervantes fuera Japonés y el Quijote fuera un Samurai, este muchacho sería su viva imagen.
Le dijimos que estábamos buscando donde pasar la noche y con una risa sincera y nada burlona nos preguntó que si para esa misma noche, como no entendiendo qué hacíamos en su pueblo con aires de ciudad sin hospedaje buscando donde dormir a esas horas. Nos hizo pasar y nos ofreció té. Hizo unas llamadas para encontrarnos un sitio con algún amigo, pero, no tuvo suerte. Así que decidió que podíamos compartir una de sus habitaciones con un chico japonés; rápidamente accedimos y nos hicimos de un lugar donde dormir y un nuevo amigo y salvador: Tomoya.
Cómo todas desde que llegamos, esa noche pasó muy rápido y a las 8 de la mañana estábamos caminando hacia la playa, para después, ir a conocer otro Buda gigante.
Después de una caminata de una media hora llegamos al santuario que habíamos venido buscando, como era temprano casi no encontramos gente. Compramos la entrada por 200 yenes y entramos emocionados. La enorme estatua enverdecida se mostraba imponente con un semblante tranquilo y concentrado como todos los Buda. Las facciones cambian de país en país, pero el sentimiento de tranquilidad al ver estas estatuas es, por lo menos para mí, siempre es el mismo.
Estuvimos ahí por un largo tiempo mirando a Buda, yo pensaba las palabras que la señora budista me dijo en Tokio. «Si están aquí es porque tienen una conexión especial con Buda».
Yo creo que mi conexión con Buda no es de banda ancha porque en el trámite de mis pensamientos, me dispersé hacia la gente que llegaba y se iba con solemnidad entre Buda y los templos, y aquellos, que como yo, sienten más curiosidad que espiritualidad frente a cualquier cosa que huela a religión. Pero sí, es una hermosa e imponente estatua, y sin duda, una gran experiencia que por fin puedo tachar de mi lista de deseos.
Saliendo del templo nos aventuramos a hacer una pequeña ruta de montaña que atravesaba la pequeña ciudad hasta la otra zona de templos.
El contacto con la naturaleza siempre me ha llamado y en Japón no podía dejar la oportunidad de, por lo menos, hacer un par de kilómetros en la montaña. Además del ejercicio, las vistas, el olor de bosque y los templos, tenía la mejor compañía en mi esposa. Caminamos un par de horas por el bosque tonteando y disfrutando el camino. Una gran experiencia que recomiendo ampliamente.
El paseo nos dejó en el santuario Tsurugaoka Hachimangu que es el Shinto Shrine (lugar de Dioses) más importante de Kamakura. Originalmente construido en el año 1063 y se levanta al final de la principal avenida de la ciudad que se encuentra custodiada por leones( la foto la tomamos una noche antes) haciendo que sea más impresionante su visita.
Revisamos el mapa de sitios a visitar y nos faltaba un sitio importante. Casi donde habiamos comenzado la caminata y por donde teníamos que recoger las maletas, así que nos apresuramos a recorrer de regreso el camino ya no por la montaña, si no, por las calles de la ciudad. En una hora estábamos en el templo Hasedera.
Kamakura tiene muchos templos budistas y sintoístas, pero este fue para mí el más impresionante.
Un gran Buda dorado, tallas en una cueva donde tuve que entrar inclinado y cientos de pequeñas estatuas representando aquellos niños que murieron antes de nacer o que murieron antes que sus padres, dan al lugar un carácter melancólico y un recuerdo de que la vida es un regalo que no siempre dura demasiado.
Nuestra visita termina donde empezó. Yendo por las maletas con Tomoya que tiene su lugar adaptado para personas en silla de ruedas. Nos dió tiempo de tocarle una canción a nuestro elegante anfitrión antes de salir a Kyoto.
Chris.